>Back for… good?

>

Después de una semana de indecisión, de café seguido de ataques de acidez, seguido de vacío estomacal y más acidez y más café… me decidí. Caminé hacia las oficinas que tantas satisfacciones y dolores de cabeza me dieron y me senté a frente a un ex jefe, con un nuevo escritorio de por medio, con un nuevo paisaje. En cuanto me senté en el asiento mullido, me decidí. De repente, percibir de nuevo el movimiento, la adrenalina, la sensación de estar siempre aprendiendo algo nuevo, de estar en ese lugar con setenta empleados que no terminás de conocer nunca, con sus sabores y sus sin sabores, me despejó todas las dudas.

Recordé entonces la primera vez que entré a este lugar, hace tres años, y como con una entrevista me convencí y compré el paquete completo. En ese momento bastó pisar la recepción, y cruzar dos palabras para querer formar parte de «algo». Nunca sentí eso por mi trabajo actual. El sentimiento de pertenencia me lo arrancó Claudio, después de mucha tortura psicológica, y en esa oficina (un año después del chau chau adiós) volvió a surgir.

Pocas veces en la vida tuve tan claro «quiero esto». No lo tengo ni con Sandro, ni en una peluquería con las tijeras tocándome la nuca, ni en un negocio eligiendo un regalo para una treinteañera, y sí lo tuve en esta oficina. Que loco que las certezas en la vida vengan por el trabajo. Que el querer y el poder queden anudados en un empleador, en una agenda con temas a resolver ó en un puñado de compañeros.

Me encontré diciendo sí, me encontré diciendo cuándo, me encontré reencontrándome con este lugar y con su gente. Nada más. Los detalles se hablaron por mail, por teléfono. Esa tarde, en esa oficina, sólo quería decir que sí.